Corría el año 67. En el norte de Londres transcurría sin mayores novedades un nuevo día. La señora Smith estaba a punto de coger el metro un día más.
Espera, espera, espera. Déjate de Londres y de metros. Bueno, de metros mejor no. Jueves, 19:15 de la tarde. Como cada semana iba camino al entrenamiento. Sin embargo, aún sin saberlo estaba a punto de conocer a dos nuevos amigos.
Él, rondaba los 70. Iba vestido en un perfecto traje entallado con zapatos marrón claro , pañuelo en el bolsillo de la chaqueta y boina inglesa en la cabeza. Ella, un poco más joven. De vestimenta más informal. Entre los dos, una maleta que media más o menos hasta mi cintura. Me acerqué a ellos. La señora se me quedó mirando.
Tras pensar que yo iba a robarle y una vez formulada mi pregunta se le iluminó la cara. Y a mí aún más. Mi pregunta no era otra que si necesitaban ayuda para poder bajar la maleta las escaleras del metro. Una maleta que pesaba bastante, he de reconocerlo. Y que aunque al señor le dije que no, tal vez no era del todo cierto. Una vez bajada la maleta, tanto él como ella me miraron agradecidos. La señora, me preguntó mi nombre, el caballero no paraba de sonreír.
Entablamos una breve conversación pues el andén del metro no es que de para mucho. Los tres nos montamos en el tren, cuando llegaron a su parada se me acercaron, y en perfecto inglés me dijeron una frase de esas que se te quedan grabadas. «Alcanzaras la felicidad si sigues siendo tan servicial».
Creo que es una de las frases que mejor me han hecho sentir. Dos desconocidos, una vida entrañable. Una actitud que me gustaría tener cuando tenga su edad. Seguir atreviéndome a viajar y a conocer mundo viviendo aventuras. Un pequeño gesto, un detalle. Un esfuerzo que me proporcionó una de las experiencias más gratificantes que he vivido.