Yo creía que estar en el hospital era la parte jodida, que no poder andar era la parte complicada y la que más me asustaba y por fin, esa parte se terminaba. El viernes día 2, casualidades de la vida, el cumpleaños de mi hermana, me dieron el alta. Los doctores pasaron sobre las 9 de la mañana y confirmaron que me iba; así que solo me quedaba esperar al papeleo.
Me eche una última cabezadita en el hospital. Fue un momento que recuerdo como un momento bonito, porque fue un rato en el que recordé todo lo que había pasado dentro de esas paredes, las veces que había llorado, las carcajadas con mis amigos en las visitas, conocer a Fernando o a Ángel, los ratos hablando sobre series y otras chorradas en mi silla de ruedas con las enfermeras y muchos otros momentos.
Cuando por fin me dieron el papeleo fui donde las enfermeras y en concreto donde una de las que más me cuidó. Ella, es de Bilbao, pero estudió en Zaragoza, y el cariño que le cogí no os lo podéis ni imaginar. El abrazo de despedida con ella es sin duda uno de los mejores abrazos que me han dado en la vida.
Pero era momento de irse, me despedí de todos, les di las gracias y me monté en el taxi, en mi calle habían abierto 2 nuevos restaurantes, y parecía que llevaba fuera años, pero mi casa estaba igual, mi peluche seguía presidiendo la cama y Lorena me esperaba para darme un abrazo. Otro abrazazo.
En cuanto a la rehabilitación, el sábado me levanté a las 7 y empecé a andar por el pasillo porque quería curarme lo más rápido posible, fui con mi héroe a Punta Gálea y ahí di agarrado a la silla de ruedas mis primeros pasos.
Qué sensación más rara, tenía que pensar cada vez que quería dar un paso, pero lo conseguí, y ahí estaba mi padre para sujetarme cuando no podía dar el siguiente, él dice que no andamos mucho, pero yo acabé muerto.
Así que, aunque sepa que no lo estás leyendo, muchísimas gracias papi, te estaré eternamente agradecido.