El día 9 volvió a amanecer lloviendo, cogí dos abrigos, un gorro los guantes y mi padre volvió a acompañarme a que anduviese; o a que al menos, lo intentase.
El recorrido para esta ocasión era desde mi casa hasta la universidad. Queríamos ver si el lunes podría llegar solo.
Tres altos en el camino y algún que otro traspiés después llegamos. Cuando quisimos entrar a «la literaria» nos dijeron que estaba cerrada así que era momento de darse la vuelta. Le dije al jefe que iría andando, o que al menos, iba a intentarlo hasta no poder más.
A la altura de Puppy (el perro de flores del Guggenheim) no pude más y me senté. Pero le dije a mi padre: «Papá, está saliendo el sol, la vista desde aquí es bonita y no hace demasiado frío, ¿por qué no nos quedamos un rato sentados haciendo “nada”? Y eso hicimos.
Después, continuamos nuestra ruta de vuelta a casa, hicimos un alto en el camino para tomar un aquarius, que parece que no, pero la sudada que llevaba encima era seria y terminó por empujarme la silla hasta que llegamos a casa.
¿Sabéis? Mientras escribo estas líneas me estoy dando cuenta de que esto para mí es como una terapia. Cada vez más gente va a clases de Yoga, pasan horas y horas en el gimnasio, buscan sus remedios a los bajones y tratan de encontrar la forma de soltar la rabia o aquello que sea que tengan dentro.
Pues este blog es un poco lo mismo, este blog es un poco como mi psicólogo; pero con alguna diferencia. La primera, que es gratis, la segunda, que es público por lo que todos sabéis cuando las cosas me van bien o cuando me van mal y la tercera, es que las citas me las doy yo mismo. Yo soy el que decide cuando sentarse a escribir o quizá mejor dicho, soy yo el que sabe cuándo es el momento de sentarse a escribir.