Una vez más, mi 2018 dio comienzo esquiando. Cada año, tengo la suerte de poder pasar el fin de año en las montañas y de dejar de lado la fiesta y los cotillones de nochevieja para empezar el año haciendo algo que realmente me apasiona. Esquiar. Sin embargo, mientras hacía la primera bajada ni siquiera me podía llegar a imaginar todo lo que realmente me venía encima.
El 2018 ha sido sin duda un año de cambio, aventuras y aprendizaje, pero sobretodo de sobreponerme a adversidades y de hacer algo que hasta ahora creía que hacía pero que realmente solo aparentaba. Vivir.
A eso de las 22:30 horas 23 días después de aquella primera bajada por las nevadas montañas de Formigal, viví uno de los momentos más traumáticos y de mayor miedo que he vivido nunca. No podía controlar mi pierna. Yo quería mantenerla inmóvil, pero ella decidía moverse; y de hecho, decidió hacerlo cada vez con mayor frecuencia.
Lo que con el primer espasmo pareció una tontería fruto del cansancio, acabó por convertirse en 14 días de ingreso hospitalario, muchas lágrimas, miedo y frustración. Sin embargo, también se convirtió en el nexo de unión más fuerte que jamás conocí. El apoyo de mi familia se hacía más fuerte a cada minuto, cada mensaje de amigos o conocidos, cada llamada y cada visita me hacían sentirme invencible.
Tras esos 14 días empezarían los meses más duros que he vivido nunca. Meses en los que, aunque veía la luz al final del túnel, ésta no parecía llegar nunca, cada día intentaba progresar y cada día me costaba sangre sudor y lágrimas dar un pasito más que el día anterior.
La primera meta fue dejar atrás la maldita silla de ruedas, una vez conseguí usar las muletas todo se me hizo mucho más fácil. Es cierto que me caía y que me cansaba muchísimo pero también soy consciente de que, en total, mi plena recuperación duró únicamente 3 meses.
Cuando todo parecía haber llegado a su fin y cuando empezaba a centrarme en estudiar para los exámenes finales llegó sin duda el momento más duro de todo el año. Un día me levanté para ir a clase y vi como por todo mi torso había unas manchas rojas que me picaban, pero no excesivamente. Pasaron las horas y al volver de clase las manchas fueron volviéndose más amplias, más rojas y pasaron de prácticamente no notarlas a sentir como si mi cuerpo estuviera ardiendo.
No solo físicamente sino sobretodo moralmente, esto acabó de destrozarme. Tuve que ir a que me pincharan cortisona 2 o 3 veces al día durante aproximadamente 3 días y cuando por fin se acabaron los pinchazos pasé a las pastillas de cortisona y a los antihistamínicos. Como os he dicho, ya no sabía que más me podía pasar y estaba completamente destruido.
De hecho, llegué incluso a plantearme dejar la carrera y es más, de no ser por el apoyo de todos y cada uno de los profesores y de mis compañeros así como de mis amigos y familia estoy seguro de que no hubiese podido terminar el semestre.
Sin embargo, las tormentas siempre amainan y una vez superada esta nueva caída y recuperadas las dos asignaturas que me quedaban pendientes, he podido vivir los mejores 6 meses de mi vida.
Trabajar en una academia de tenis en Oxford fue una aventura que sin duda me hizo crecer muchísimo como persona, de allí, me llevo amigos para toda la vida, gente en quien confiar y gente que sé que estará ahí pase lo que pase.
En agosto nos fuimos a Huelva y fue sin duda el mes que necesitaba para recuperar fuerzas, muchas horas de playa y paseos, música y alguna que otra fiesta… ¿verdad mamá? En agosto también empezó a convertirse en realidad un proyecto que llevaba bastante tiempo queriendo crear. Mr Martin. Mi propia marca de ropa.
Con septiembre volvía la universidad, pero antes de volver a clase tuve la suerte de irme a Oviedo con un gran amigo y pasar allí 3 días increíbles.
Sin embargo, de lo que más orgulloso estoy que me pasó o que hice en septiembre fue de la materialización de un sueño. Fue en septiembre cuando por fin tuve entre mis manos las primeras camisetas de Mr Martin y aunque poco a poco la marca sigue creciendo, los inicios nunca se olvidan y mucho menos cuando has invertido tantas horas de trabajo y todos tus pocos ahorros en ello.
En octubre me surgió la oportunidad de volver a ser entrenador de tenis, esta vez de los más pequeños de mi club. Cada semana tengo la suerte de aprender algo nuevo y es que, aunque no lo creáis esos locos bajitos que diría Serrat son capaces de darnos lecciones de bondad cada día.
Noviembre y diciembre son meses de estudio en la universidad, sin embargo, diciembre está siendo también un mes de familia, de cenas, comidas, de reencuentros y de risas. Muchas risas.
Por todo esto, el 2018 ha sido sin duda el año más complicado que he vivido nunca, pero también el más feliz, el año en que más he sufrido y también en el que más he aprendido así que, a todos los que habéis formado parte de mi 2018, ¡Muchas gracias, familia!
2019, prepárate porque voy a por ti.